Autor:
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Fernando Carignano.
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Título:
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Normas para el uso racional de la
tecnología médica: Un tema aún pendiente.
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Fuente:
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Idioma:
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Es.
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Texto:
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Etimológicamente, la palabra tecnología está
formada por dos vocablos griegos, arte u oficio y, conocimiento-estudio. O
sea la ciencia y/o el estudio de las artes y los oficios, lo que
significaría, en lenguaje corriente «el estudio de cómo deben hacerse las
cosas o de las artes prácticas». Puesto de otro modo, actualmente hablar de tecnología
es indicar la aplicación del conocimiento científico a la solución de
problemas prácticos y la obtención de metas humanas; un cuerpo de
conocimientos desarrollados por una cultura que provee métodos o medios para
controlar el entorno, extraer las fuentes, producir bienes y servicios, así
como mejorar las condiciones de vida.
Contrariamente a lo que se cree popularmente,
la tecnología no sólo es la creación de nuevos objetos, maquinarias (hardware)
o programas de computación (software), sino que comprende también los
conocimientos y habilidades que el hombre adquiere (humanware) y los que
transmite e implementa en los organismos que integra, como nuevas estructuras
organizativas e interacciones entre empresas (orgware).
La tecnología permite modificar el orden
natural para tornarlo más beneficioso para el hombre, objetivo que se da, por
ejemplo, en el caso de los alimentos, higiene, prevención y tratamiento de
enfermedades, pero que se trastoca trágicamente en otros adelantos
(armamentos, industrias contaminantes). Sin embargo, aún cuando sea
provechoso, frecuentemente este cambio tiene consecuencias impredecibles a
las cuales es necesario anticiparse, para evitar el daño eventual, sanitario
o económico, que puedan producir. El deterioro de la capa de ozono, la
degradación del suelo, la contaminación del agua y del aire, y los cambios
climáticos que se observan en todo el mundo, son algunos ejemplos del
detrimento que produce la tecnología al medio ambiente y, transitivamente, a
la salud de las personas. El otro perjuicio, el económico, es menos
importante, pero no por ello menos dañoso por lo constante, insidioso y
solapado.
Si bien la incorporación de nuevos elementos en
el diagnóstico y tratamiento de las afecciones han contribuido a prolongar la
vida de las personas, hoy vemos que se machaca insistentemente a la población
y a los profesionales con innovaciones que, en ocasiones, distan mucho de
generar una utilidad sanitaria, y es sabido que lo que se gasta innecesariamente
en adelantos anodinos o de escasísima eficacia, falta para asistir a otros
requerimientos más productivos en términos sanitarios. A los incuestionables
progresos en el ejercicio de la medicina que se produjeron, sobre todo en los
últimos 50 años, debe oponerse una buena porción de prácticas de muy dudoso,
exiguo o nulo beneficio y de altísimo costo. Por otra parte, dato no menor,
el fragmentado sistema de salud argentino no puede financiar la avalancha de
gravosas incorporaciones que se están registrando día a día, ni en el sector
estatal ni en el privado, aunque se escuchen promesas de cosas distintas.
La tecnología en el campo de la salud debe
evaluarse con criterios de evidencia clínica, disponibilidad económica (costo-efectividad)
y datos epidemiológicos confiables. Revista de la Asociación Médica de Bahía Blanca.
La Medicina defensiva y un nuevo contrato social Existen
pocas publicaciones que reúnan estas condiciones, pero ello no obsta para que
se produzca una amplia difusión de procedimientos y aparatos. Todos
coincidimos en que la accesibilidad de la población a la atención de la
enfermedad –derecho constitucional- no debe ser condicionada por el dinero
que disponga para solventarla, no obstante, sabemos que hoy ocurre lo
contrario en la mayor parte de nuestra gente como lo señalamos más arriba. El
sentido común también indica que con los recursos disponibles, debe
beneficiarse a la mayor cantidad de personas posibles, otra condición
elemental incumplida o supeditada a intereses ajenos a lo estrictamente
sanitario. A esto debe agregarse que, desde Hipócrates a esta parte, la ética
de la práctica médica se basa en seis principios: preservar la vida, aliviar
el sufrimiento, no hacer daño, decir la verdad al paciente, respetar la
autonomía y tratarlos con justicia. Estos principios pueden reducirse a tres:
beneficencia, autonomía y justicia. ¿Los promotores de tecnología, tendrán en
cuenta estas premisas?. ¿Agregar un mes de vida a un enfermo terminal,
cuántos niños desnutridos cuesta?. Cargas pesadas de asumir, pero ineludibles
opciones que no debieran ser ignoradas por nuestros legisladores.
Hay procedimientos ya estudiados y reglados
para evaluar y regular el uso de la tecnología médica apropiadamente, como el
de la Food and Drug Administration (FDA) o la Office of Technology Assessment
(OTA) de los EE.UU. de América, que bien podrían usarse en nuestro país.
Nuestra Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología
Médicas (ANMAT) aún no ha logrado, por diversas razones, convertirse en el
regulador confiable que debiera ser, dejando una asignatura pendiente no
menor para el sistema sanitario argentino. Esperemos que en el futuro cercano
asuma el papel protagónico que todos deseamos. «Las causas del empleo abusivo
de la tecnología avanzada en la práctica biomédica de hoy están representadas
por el hecho de que muchas de tales tecnologías pueden irrumpir en el mercado
sin haber sido sometida con anterioridad a un estudio cuidadoso, tanto en lo
referente a los riesgos que conlleva su utilización como a los beneficios que
brindan y la real superioridad de éstas sobre otros procedimientos ya
consolidados por su empleo anterior.» (J. Farrar, 1989).
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